Comentario
Túvose vista de la segunda isla poblada, y cuéntase lo que sucedió en ella
Con el viento Leste y sus colaterales se fue navegando al Oeste hasta primero de marzo. Esta noche, yendo la zabra delante tiró un verso y se atraveso diciendo un hombre della: --¡Tierra por proa!; que luego al punto vimos y fuego en ella, que por verlo fue grande el contentamiento. Iba ya mostrándose claro el día con que vimos era isla, en cuya demanda fuimos; y cerca della vinieron a reconocernos dos canoas, y no quisieron esperar, por más que fueron llamadas, las gentes que las traían. Fue la zabra y surgió muy cerca de tierra por no poder menos, y della salieron luego hacia la nao capitana, bogando apriesa y a porfía, una flotilla de diez canoas pequeñas que traían para escora contrapesos; y llegados vimos venir dentro en ellas a unos hombres altos, bien hechos y hermosos, y de buen color. Venían cantando todos al son de sus canaletes, siendo uno de su capilla el maestre, a quien juntos respondían, y por señas nos dijeron llamásemos a la almiranta que por montar cierta punta seguía la vuelta de afuera, mostrando de ver que se iba tanta pena, cuanto quedaron gustosos ya que la vieron volver; y nos daban a entender, apuntando con los dedos, que fuésemos a su puerto. Lo para qué, saben ellos. Poníanse muchos enhiestos y con los brazos y manos, piernas y pies y sus remos hacían con gran destreza sones, bailes y ademanes. Su mayor tema era música y mostrase de nuestra vista y naves alegres y regocijadas. Por más que les porfiamos, nunca quisieron entrar ni comer de tantas cosas que les dimos, que recibieron en las puntas de las lanzas, y a todas ellas las olían y guardaron y mostraron estimar, y las que caían a la mar las sacaban con destreza zambulléndose.
Venían en una canoa cinco indios, y muy brioso el del medio achicando el agua de su bajel. Traía éste a la cinta su rubio cabello. Era blanco de color, lindo de cuello y de talle, el rostro aguileño y bello, algo pecoso y rosado, los ojos negros, graciosos, la frente y las cejas buenas, la nariz, boca y labios muy proporcionados al todo, con los dientes bien ordenados y albos. En suma, era dulce en la risa y caricias, y en el modo extremado. Por rico de tantas partes y gracias, fue juzgado por una doncella muy hermosa; mas empero, era un zagal al parecer de trece años. Este fue el que de la primera vista se robó los corazones de todos los de la nao, y el más mirado y llamado, y el a quien todos a una ofrecían dones, y a quien con muy grande instancia el capitán pretendió acarrear con un vestido de seda, que pidiéndolo, se fue con mucho donaire; dejando bien que decir, y que notar, y al capitán bien que sentir la pena de no lo poder haber, para llevar por muestra desta grandeza de Dios en tal lugar.
A la zabra se llegaron muchos indios, y atada al bauprés una cuerda, pretendieron llevarla a tierra. Otros muchos, zambullidos en el agua, ataban sobas al cable y tiraban por el ancla: otros ocupaban luego sus puestos para cubijar las tretas: y vistas sus diligencias y tanta priesa cuanta daban, hizo el capitán de la zobra se disparasen arcabuces, para con esto espantarlos. Mas ellos, por no conocer sus efectos, no mostraron un punto de miedo ni recelo de asir con ambas las manos a las espadas desnudas, y lastimados algunos, se alborotaron los otros, y se hablaban, bogando de unas a otras partes sus canoas a gran priesa; y con ésta, a la capitana vino en una dellas un viejo muy atrevido, con una gruesa y larga lanza de palma bien terciada, y puesto en pie. Traía de una hoja de carmesí un capotillo o muceta, y en la cabeza un sombrero que le dieron en la zabra. Era hombre alto, robusto y muy suelto; mostraba ser arrogante. Hería de pies y piernas, temblando terriblemente. Con los ojos y con la boca hacía fieros visajes. Daba muy altas las voces; al parecer nos mandaba o nos reñía. Con la lanza, blandiéndola a menudo, amenazaba y tiró cuantos botes pudo. Con intención de armansarlo se dispararon dos mosquetes. Diéronle gritos y amagáronle, de que hizo poco caso; mas antes con más orgullo dio de nuevo otras muestras para ejecutar su ira, y visto que no podía, como un rayo rodeó ambas las naos y se fue a donde estaba la zabra, y siguiéndolo todas las otras canoas.
En este tiempo ambas las naos dieron fondo, siendo el viento de la tierra, y para ella los indios se huyeron todos, y se mostraron de guerra. A poco espacio fue el viento travesía, y aunque poco, hizo prolongar las naos, que por estar cerda de tierra estuvieron en un notable peligro; por lo que el capitán mandó al punto que por la mano fuesen largados ambos cables, y con gran priesa dar velas, y a las dos barcas que fuesen a recoger cables y áncoras. Los indios parece que de amor o de pena, de ver cuán presto nos íbamos sin ejecutar su bueno o su malo intento, no alcanzando el secreto, como yo no supe el suyo, vinieron muchos a nado y se asieron fuertemante a los remos de una barca, procurando con toda fuerza quitarlos a quien los bogaba: y tanta fue su osadía y su coraje del viejo de la muceta, que con sólo un garrote acometió a un alférez que en la delantera estaba, que recibido en la rodela su golpe no le quiso dar el pago, por ser orden del capitán que a los indios no les hiciesen mal alguno en las personas, ni haciendas; mas yo entiendo, según después alcancé que fueron menos que vinieron, y que estas órdenes sólo las quiere cumplir el que las da o les duelen.
La zabra y barcas se recogieron a donde estaban las naos. El capitán hizo llamar al almirante y le dijo, estaba determinado de enviarle el otro día siguiente con las dos barcas y gente armada, y la zabra para que le hiciese escolta a tierra y que procurase en ella con buena maña traerle al menos cuatro muchachos, siendo el uno aquel zabal que se ha dicho, y los otros como él, y notase, que pues ponía a tan manifiesto riesgo naos gente en una tan pequeña isla, la necesidad que tenía por este o por otros medios haber de agua, y la leña de que tan faltos estaban, para de allí buscar al Sur y Sudoeste las tierras de donde aquellas gentes vinieron y ellos mismos nos guiasen. Esto encargó muchas veces mostrando mucha codicia de él mismo ser el caudillo.
De una y otra vuelta anduvimos esta noche bien deseosos de pasarla, y cuando ya rasgaba el día, el almirante salió con la gente a tierra, a donde saltó el primero, y porque los indios procuraron impedirlo, fue forzoso a él y a otros dos atravesárselos delante. En esto la gente toda fue saltando a la mar, cuyas olas los arrebataron y los arrollaron, y a puros golpes les echaron a la playa con manifiestos peligros. La una barca reviró la quilla arriba, quedando debajo los cuatro que la bogaban. Otra ola puso la barca derecha y todos salieron salvos, que a no ser gente marinera, según el rigor que hallaron, fuera muy mayor la pérdida, que paró en vasijas y otras cosas que llevaban para hacer aguada y leña, y más en ciertos arcabuces.
Estaba la playa con muchos indios puestos en orden y en arma, y todos juntos a un tiempo haciendo un pahori, que yo entiendo ser lo mismo que un modo de una entonada grita, a cuyo son deben de dar sus batallas, y remataban con una voz pareja brevísima y espantosa. Viniéronse para los nuestros, por lo que fue forzoso acometerlos con brío por el mucho con que ellos se allegaban; mas empero los arcabuces, a los que no les conocen después que saben sus obras los espantan, como se espantaron éstos, dejando bien franco el campo, y llevando como habían traído en unas andas y a hombros haciéndole con palmas sombra, a su rey o capitán, quedando allí dos o tres encendiendo a trechos con paja, leña: y entendimos que era señal o de paz o de imitar el fuego salido de nuestro mosquetes. Huyendo estos y los otros, se entraron todos en el pueblo que allí estaba debajo de un palmar, junto a una laguna que la isla tiene en medio. Se embarcaron los más dellos, y fueron a la otra banda.
El almirante formó su cuerpo de guarda, a donde vino un muchacho, según dijeron tan hermoso y con tan dorados cabellos que era verlo lo mismo que ver un ángel pintado. Este tal, con las dos manos cruzadas, ofreció su persona o por preso o por lo que más quisiesen del. El almirante, por verlo así tan humilde y ser tan bello, lo abrazó y vistió con calzón y camiseta de seda, que el capitán le dio del rescate llevado, para este fin dado por Su Majestad. El muchacho por mostrarse agradecido, se subió con ligereza a unas muy altas palmas y derribó dellas cocos para los nuestros, diciendo si querían más. Parece que viendo otros muchos indios que allí estaban este buen trato, se venían ya llegando a donde nuestra gente estaba: el almirante sin moverse los llamaba por mejor asegurarlos, para que en estando juntos hacer muy mejor presa; mas Santanás, que no se duerme en casos en que tanto le importan, acabó con un soldado bisoño y mal mirado, que se entrase en una de aquellas casas. Su dueño se le opuso delante: acudió allí otro nuestro; mas el indio se dio tal maña con un garrote, que si no acude más gente, mata al uno, que de un golpe ya le tenía en el suelo aturdido, habiendo huido el otro. A la grita acudió más gente nuestra, a quien el indio hizo rostro; y un alférez Gallardo, que es el que llegó primero, dio al indio un balazo, que como se sintió herido y vio su sangre, con gran coraje arremetió con Gallardo, que por detenerlo, puso delante la espada y en ella se pasó de parte a parte; y cayó muerto en el suelo quien no debía la muerte por valiente y defensor de su casa. Con esta muerte y otras que allí se dieron, se perdió la ocasión del capitán deseada y pretendida, pues por sólo conseguirla y lo más della pendiente, se puso a brazo partido a luchar con la fortuna. Esto visto por los indios, se fueron como los otros, y así quedaron los nuestros con todo el trabajo en vano; que para un tan grande daño basta y sobra quien quiera. Dijo un nuestro por los muertos, que era de poca importancia llevarlos hoy el diablo, habiendo de ser mañana; razón de toda razón bien lejos, y más teniendo la fe de Cristo a las puertas de sus almas.
Los soldados, repartidos por escuadras, se entraron la tierra adentro, y por el paraje que Gallardo con ciertos amigos iba, oyó ruido y miró hacia la parte a donde vio que se movían las ramas, y puestos todos en arma, Gallardo caló la cuerda, y apuntando caminaba para ver quién era desto la causa: y estando cerca, se levantaron con priesa y miedo de niños dos donceles y tres doncellas, todas bellas criaturas de diez años la más vieja, y más una dama derecha, gallarda y lozana muy airosa, cuello levantado y los pechos, muy ceñida de cintura, los cabellos muy rubios, largos y sueltos, y de hasta solos quince años. Era por extremo hermosa y agradable el todo della, y en lo que es color muy blanca, y por ser tanta su lindeza, a los nuestros esta dama espantó más que nuestra vista a ella; pues con ánimo varonil y prestos pasos, rostro alegre y risueño, los salió a recibir y al Gallardo le dio con su propia mano una su cobija nueva, que doblada llevaba debajo del brazo inquierdo, y luego con grande amor, ambos los brazos abiertos, lo abrazó y a su usanza le dio la paz en la mejilla. No faltó gana a los nuestros, según después me dijeron, de traer todo este nido, y que la dama no se mostró melindrosa para venirse con ellos; mas empero yo digo a esto, que dejaron de las manos a una tan rica presa cuanto yo la sentiré por grande pérdida de seis almas.
Pasando más adelante, vieron detrás de unas matas estar escondido un indio que, de viejo, apenas abría lo ojos; mas por verlo tan pesado, Gallardo le dio la mano, y tan recio se la apretó, que dudó que tanta fuerza estuviese en tanta flaqueza cuanta aquel viejo mostraba.
Visto por el almirante cuanto pudo desta isla, con la gente se vino para los barcos, a donde hallaron tan enojada la mar como cuando desembarcaron, y a tal extremo llegaron, que estuvieron muchos dellos para quedarse en la isla por el rigor de la playa, a donde por haber erizos de mar muchos se empuaron los pies y se embarcaron con trabajo y mayor peligro, y se fueron a las naos. El almirante de pesar excusó de verse con el capitán, cuyo dolor no se dice, por la mala maña que se dieron.
Fueron halladas en las casas de los indios mucha cantidad de blandos y muy delgados petates, y otros más grandes y gruesos, y madejas de muy dorados cabellos, y otras de unas delgadas y bien tejidas trencillas, teñidas unas de negro, otras de rojo y leonado; unos cordeles delgados recios y blandos, que parecían de mejor lino que el nuestro, y muchas conchas de nácar, cada una tan grande como un plato ordinario. De estas mismas y de otras más pequeñas hacen, como allí se vieron y se trajeron, cuchillos, sierras, escoplos, formones, gubias, barrenas y anzuelos; y de huesos, al parecer de animal, hacen agujas para coser sus vestidos y sus velas, y azuelas con que labran sus maderas. Halláronse ensartados muchos ostiones secos, y en algunos al comer se toparon menudas perlas y se vieron unos ciertos pelos blancos, que parecían de animal.
Esta isla es muy rasa; al parecer, de seis leguas; y en una parte que está casi empantanada, tiene el agua de que sus naturales beben, que a mi ver sólo es de la que llueve, que allí está en el arena detenida el mismo paso de la mar. En este propio paraje hay algunas caserías: tienen la tierra dividida como que es de muchos dueños y sembradas ciertas raíces, que debe ser su pan. Todo lo demás es un grande y espeso palmar, y de los indios su principal provisión; de cuya madera y hojas hacen y cubren sus casas, que son de cuatro vertientes curiosa y limpiamente obradas, con un sobrado cada una, abiertas todas por abajo, y el suelo y todas ellas aforradas con esteras, que también hacen de las palmas y de sus cogollos más tiernos tejidas unas blandas telas, con que los hombres cubren partes y las mujeres se cubren todas.
Y destas palmas hacen los indios sus canoas y unas muy grandes piraguas, de veinte varas de largo y dos de ancho, más y menos, con que navegan a lo lejos, en que bien caben más de cincuenta personas; cuya fábrica es extraña y de dos vasos, el uno apartado del otro el espacio de una braza, con muchos palos y cuerdas muy firmemente ligados. Destas palmas hacen los árboles y todas sus jarcias y velas, timones, remos, canoas y achicadores, y sus armas de lanzas y de garrotes. En estas palmas nacen los cocos que les sirven de comida, y de bebida, y de aceite para curar sus heridas, y de vasijas en que recogen el agua; y casi se puede decir que con solos estos árboles se sustentan aquellas tan buenas gentes, que están allí y estarán en aquel desierto de agua hasta tanto que Dios se apiade de ellos.
Esta isla dista de Lima, al parecer, mil y seiscientas leguas: su altura son diez grados y un tercio. El puerto a donde surgió la fragata está a la parte del Norte, bien junto a tierra, enfrente y cerca del pueblo. Parecióle al capitán quedarle bien el nombre de Peregrina.